Como dice Morínigo en Raíz y destino del guaraní, esta situación se debería principalmente a la originaria constitución de la sociedad (71). Como consecuencia de la superioridad numérica de hablantes del guaraní y la relación de parentesco que existía entre españoles e indios, la lengua indígena gozó desde el comienzo de una amplia aceptación social. Esta lengua era la diaria en la vida paraguaya y la aceptación social era paralela a la del español, en contraste a lo que ocurría o ocurre aun en el resto de América donde quien habla la lengua autóctona sufre discriminación racial (72, 73).
La razón por la que los días del guaraní no están aun contados, por la que no ha perdido su fuerza creativa interior, por la que se ha creado una literatura que interesa a sus hablantes, es clara y sencilla: el guaraní ha dejado de ser una lengua india para poder ser el instrumento de expresión de los sentimientos colectivos de un pueblo que pugna por ser parte de la vida occidental (177).
El guaraní dejará de hablarse el día que esté agotada su capacidad de adaptación a los tiempos modernos para seguir interpretando en el campo semántico las necesidades a que la cultura actual le ha confinado, las singularidades intransferibles de un pueblo que todavía se siente ligado a un pasado ancestral, porque se ha constituido -precisamente por haber sido tradicionalmente la lengua vernácula de todas las clases sociales- en una suerte de fundamento del patriotismo local (176, 181).
La aceptación social que siempre tuvo el guaraní sigue hasta hoy en día, incluso va creciendo últimamente por su uso en educación, medios de comunicación, y su reciente promulgación como lengua oficial del país. Sin embargo, siempre hubo y hay hasta ahora quienes -primero desde el poder colonial y luego desde los gobiernos independientes- pretendieron y hasta ahora pretenden denigrarlo y desplazarlo, usándolo solamente cuando se requiere la cooperación del pueblo, por ejemplo, en caso de guerra o en época de elecciones.
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